Los profundos lagos del pirineo andorrano guardan secretos milenarios. Leyendas de bellas brujas que se bañan desnudas las noches de luna llena y convierten en gatos negros a los jóvenes que se atreven a espiarlas. Relatos susurrados a la luz de la lumbre que hablan de pueblos que yacen en sus fondos con todos sus moradores, arrasados por vengativas trombas de agua.
El lago de Engolasters es uno de ellos. Su nombre ya tiene algo de extraterrestre y mágico. Etimológicamente significa “que engulle los astros”. Joaquín Abad convierte en uno de los protagonistas de su nuevo libro “Y la luz llegó a andorra” a este bello y enigmático lago escondido entre altas montañas siempre nevadas en invierno. El proceso de industrialización que vivió Barcelona y su comarca en las primeras décadas del siglo XX, llevó a los empresarios eléctricos a buscar lugares idóneos para la construcción de los pantanos que pudieran abastecer de energía a las nuevas fábricas.
Para ello tuvieron que apoyarse y convencer, por las buenas o por las malas como narra la novela, a las estructuras medievales de poder andorranas, el obispo de la Seu d’Urgell y el copríncipe francés, representante del Presidente de Francia. Los enfrentamientos entre los copríncipes y los ciudadanos representados en el Consell General llevaron a altercados violentos que tuvieron que ser sofocados entre los meses de agosto a Octubre de 1933 por un destacamento de gendarmes franceses. Al mismo tiempo los obreros de la empresa Forces Hidroelèctriques d’Andorra (FHASA) que construía la presa, afiliados a la CNT y la FAI pusieron en marcha una huelga para reivindicar mejores condiciones de trabajo.
Al mismo tiempo los obreros de la empresa Forces Hidroelèctriques d’Andorra (FHASA) que construía la presa, afiliados a la CNT y la FAI pusieron en marcha una huelga para reivindicar mejores condiciones de trabajo
Es en ese contexto de intereses encontrados donde surge el protagonista humano de la novela Andrés Pérez, cantero almeriense, que se convierte en un capataz sanguinario, encargado de mantener el orden y la disciplina entre los trabajadores que de toda España y especialmente andaluces, manchegos y gallegos, acudieron a la construcción de la presa y las carreteras de Andorra en esa turbulenta época de finales de los años veinte y principios de los treinta. Para ello no dudará, junto a su banda de matones, en amenazar, golpear, asesinar y hacer desaparecer los cadáveres de coterráneos suyos, como los hermanos Rafael y Miguel Sánchez, que encabezaban la huelga en defensa de unas condiciones de trabajo humanas. El frío, la mala alimentación, las agotadoras jornadas y unos salarios de miseria conformaban la realidad social que tuvieron que sufrir los más de dos mil trabajadores que llevaron a cabo aquellas ingentes obras.
Páginas negras de una historia que no sólo no se ha escrito hasta ahora, sino que se ha ocultado deliberada y conscientemente. Sólo la memoria democrática está sacando del olvido aquellos acontecimientos. La novela, como insiste su autor, es una mezcla de realidad y ficción, como lo es en general toda literatura, que no es meramente una copia de documentos históricos o la simple transcripción de testimonios de testigos directos o indirectos. El trabajo de recabar información y escuchar a las personas que han conocido directamente a los personajes que transcurren por sus líneas, son las fuentes de inspiración del veterano escritor almeriense Joaquín Abad.
Periodista y editor de largo recorrido desde sus inicios en la década de los setenta en su Almería natal, ha mantenido una línea de investigación y denuncia de los delincuentes y las mafias organizadas de la droga, la prostitución y las armas, que le han provocado más de un disgusto en su vida personal y profesional. Acostumbrado a ese periodismo de choque, que no se arredra ante las dificultades, ha adoptado en sus últimas novelas un tono de denuncia social, cercana a la tradición literaria de la mejor novela social española de los años 50 del siglo pasado. El denominado realismo social o realismo crítico. Si entendemos el realismo social como la expresión literaria que denuncia de una situación determinada, vemos que el protagonista de la novela no es una persona en concreto, el ambicioso y despiadado Andrés Pérez, ni un lugar específico, como puede ser el lago de Engolasters, sino que es la sociedad en su conjunto la que asume ese rol protagonista.
En ese sentido la descripción de las condiciones de trabajo de los emigrantes españoles en Andorra, puesto que eso eran emigrantes en un país extranjero, recuerda los reflejados en una de las mejores novelas de la literatura española: “Central Eléctrica” de Jesús LópezPacheco publicada en 1957 y finalista del premio Nadal de 1956, ganado en esa ocasión por el sacerdote Martín Descalzo con “La frontera de Dios”. López Pacheco forma parte de la llamada generación del 50 junto a José Manuel Caballero Bonald, Ángel González, Claudio Rodríguez o Armando López Salinas. En esta novela, que se desarrolla en una localidad ficticia, Aldeaseca, que va a quedar sepultada por la construcción de un pantano también en la década de los treinta, se reflejan con claridad las contradicciones del progreso técnico y la desigualdad entre los trabajadores y los beneficiarios de las obras. Las condiciones precarias y peligrosas en que desarrollaban su actividad los trabajadores queda magistralmente reflejada en la frase de un ingeniero al afirmar que lo normal es que murieran más de cien trabajadores de media en la construcción de una central.
Joaquín Abad, como los realistas de los cincuenta, no entra a analizar los problemas existenciales de los personajes que surcan en sus novelas. No profundiza en sus preocupaciones o contradicciones. Parafraseando a Vázquez Montalbán los personajes no tienen angustia existencial, tienen problemas reales por los que angustiarse.
Parafraseando a Vázquez Montalbán los personajes no tienen angustia existencial, tienen problemas reales por los que angustiarse
Simplemente cuenta lo que hacen, narra lo que sucede, más como crónica o artículo periodístico que como novela. Tampoco pone el foco de atención en largas descripciones preciosistas de paisajes idílicos o lugares embrujados. No se deja llevar por la contemplación. A veces parece que tuviera un poco de prisa por llegar al desenlace. Describe, desde un cierto alejamiento, los lugares donde acontecen los hechos y donde interactúan los actores de esa realidad. Los representantes eclesiásticos con sus imaginables pasiones ocultas tan expuestas a la opinión pública en los últimos años, los conservadores terratenientes que no quieren que nada cambie temerosos de perder el control de sus pueblos, los trabajadores y sindicalistas de la CNT con sus métodos directos y expeditivos, los empresarios e inversores de las compañías eléctricas dispuestos a todo para cumplir sus objetivos económicos y por último los oportunistas criminales que aprovechándose de las desgracias ajenas hacen fortuna y se convierten en acaudalados y respetables ciudadanos libres de toda sospecha.
Estos últimos son los que dan razón de la frase que al igual que en la anterior novela de Joaquín Abad “El Andorrano” figura en el frontispicio de su primera página “Todas las grandes fortunas suelen tener un origen delictivo, cuando no criminal”, dicha por EugenioSuárez fundador en 1952 del semanario de sucesos El Caso donde el autor trabajó y ha sido director de su reciente reaparición en los quioscos e internet.
La novela se lee del tirón. Te atrapa desde las primeras líneas. Una vez que se empieza cuesta mucho dejar de seguir leyendo. Encandila con sabiduría narrativa para querer saber el final y si triunfa la justicia o la injusticia.
Eso es lo que debe averiguar el lector y sacar sus propias conclusiones de esta dura historia brillantemente narrada.