En estos cercanos tiempos hemos tenido conocimiento de dos libros que realmente impresionan. Uno es esencialmente periodístico y versa sobre las muertes que rodean la figura del empresario de salas de cine almeriense, Juan Asensio. El otro es una historia sobre las otras muertes, las desapariciones inmigradas que hacen del Mediterráneo un cementerio azul, como dice su título.
El trasiego de la profesión periodística me ha llevado algunas veces a ambas orillas negras de la vida nacional, a la mafiosa del dinero y las pistolas y a la de las tumbas abiertas de las pateras. Hace ya muchos años, cuando no rezaba, me encontré de pie ante una tumba anónima en el cementerio de Tarifa. Se trataba de uno de los primeros muertos africanos devorados por el Estrecho.
En la primera, percibí con toda claridad que hay personas capaces de pegarte un tiro y tomarse un café seguidamente sin el más mínimo temblor del pulso. Tal vez yo mismo, no quiero mentirme, si las circunstancias fuesen las precisas. En la segunda, hemos personas que nos debatimos entre el "buenismo" acogedor y el realismo de las fronteras de la convivencia una vez acostumbradas a seguir almorzando tras el naufragio de centenas de seres, humanos sí, pero indefinidos.
A mis manos llegó el libro del periodista almeriense, Joaquín Abad, Descubriendo a Juan Asensio. Muy discutido y discutible siempre, al que la familia creyó pero ya no cree tanto y al que se acusa de haber pisoteado la imagen de Juan Asensio. Este empresario de salas de cine, procesado por varios asesinatos, entre ellos el de su propia esposa, murió asesinado a su vez de dos balazos en la cabeza en el ascensor de su casa en la calle Méndez Núñez de Almería. Lo más curioso es que en la vida de Asensio se aposentó el olor de la toga de Baltasar Garzón.
Joaquín Abad fue el enemigo de Juan Asensio, al estilo borgiano, es decir, enemigo minucioso, constante, sistemático y decisivo. Atrapado en una personalidad que parece predestinada al jaleo, ha sido director de La Crónica de Almería desde 1982 a 1999 tras haber trabajado en Arriba, El Alcázar, Diario de Avisos, Personas, agencia Pyresa y haber dirigido simultáneamente el semanario El Caso. Actualmente directivo de Cibeles Group, grupo de edición electrónica de diarios iniciado en Miami, ha vuelto a Almería a presentar este libro, aunque a veces aparecen otros títulos como, por ejemplo, "El caso Asensio", también de su autoría.
En el resumen que él mismo hace en la contraportada del libro Descubriendo a Juan Asensio, puede leerse: ""Desde finales de los años setenta hasta comienzos del noventa, un siniestro personaje se hace con el control de los bajos fondos de Almería: prostitución, droga, oro robado, extorsión, logrando mantener en estado de pánico a quienes se oponían a sus fechorías. Asesinó en plena calle a su ex esposa y madre de sus primeros cuatro hijos, Juan José, Antonio, Gelu y Ángeles, ordenó tiroteos y atentados contra las personas que se oponían a sus intereses, logró que el juez Garzón huyera de Almería, temiendo que lo mataran, y finalmente, tras ser condenado a veinte años por el asesinato de uno de sus empleados y pasar sólo seis en prisión, sale en libertad y es tiroteado de madrugada en el ascensor de su domicilio, donde muere a los 71 años de edad. Aquí relato mi experiencia con este personaje mafioso cuando en 1982 llego a dirigir el diario La Crónica en Almería y empiezo a publicar informaciones que molestaban al PSOE y luego los innumerables delitos del propio Juan Asensio."
Añade que las consecuencias de aquel enfrentamiento fueron las amenazas, el incendio de la rotativa, cuatro artefactos explosivos, dos tiroteos contra su persona y otros hechos que se revelan en este libro gracias a que antiguos miembros de la banda, como Juan Caler Tapia, y otros cuya identidad no se revela, han contado con pelos y señales la actividad mafiosa de este personaje.
De entrada sobrecogen dos elementos: la huida de Almería del juez Garzón por miedo al personaje y, cómo no, la presencia de la izquierda, no sólo la del PSOE, en el caso. Por ejemplo, Abad relata cómo el entonces gobernador civil de Almería, el socialista Tomás Azorín, antes que defender la libertad del diario La Crónica de Almería, avivó una huelga entre su personal para conseguir que pasase a ser propiedad del PSOE, que quería y luego consiguió un grupo de comunicación propio.
Cuenta Abad cómo tras el asesinato de la esposa de Asensio, Ana Iglesias, con la pistola de un policía, el principal sospechoso, el marido, fue puesto en libertad. Juan Martínez Pérez, el juez encargado del caso y su familia fueron amenazados y finalmente trasladados a Murcia. "Este crimen tiene el sello de mi padre" titulaba La Crónica con las palabras de uno de los hijos de Asensio, que ahora lo niega casi todo.
Pero me referiré ante sus futuros lectores al juez Baltasar Garzón, que aparece en el relato criminal de la siguiente forma: (Juan Asensio) provoca la huida del juez Garzón de Almería. Es más, comienza afirmando que las biografías del juez no mencionan lo que puede interpretarse como una cobardía. Una de ellas, la de Pilar Urbano, cuenta la verbena de copas que pasó con el joven, de verdad entonces, Arenas en la Feria de Almería pero ni menciona a Juan Asensio. Hablaba en general de su encuentro con la delincuencia organizada, "las mafias del coral y de la droga... " Pero ni una palabra de Asensio ni de su fuga por miedo.
Dice Abad en su libro que Asensio logró que Garzón saliera huyendo de Almería temiendo que ordenara su asesinato. En 1986, Garzón era titular del juzgado de instrucción número 3 de Almería. Una noche se presentó Asensio a denunciar un complot contra su vida que iba a tener lugar en Motril y exigió al juez que detuviera a los presuntos autores, entre ellos Abad, el autor de este libro. Garzón lo remitió a Motril y el capo mafioso estalló de cólera. Lo cogió del cuello y lo amenazó de muerte. Ningún funcionario quiso ser testigo de nada y Asensio salió sin cargos tras violentar al juez.
Y añade que Baltasar Garzón "abandonó el juzgado y llegó a su domicilio donde llorando le contó a su esposa que había sido amenazado de muerte por el mafioso Juan Asensio. Temía que lo mataran. Enseguida movió sus amistades con el PSOE y el Consejo General del Poder Judicial lo envió de Inspector a Barcelona, hasta que su amigo el socialista Sebastián Auger, presidente de la Institución, le habilitó una plaza en la Audiencia Nacional donde se hizo famoso…". Dice el libro que finalmente Garzón se vengó de Asensio consiguiendo una condena contra él por homicidio.
En el libro pueden contemplarse intentos de asesinatos de políticos desde el PP, un ex alcalde de Roquetas de Mar, hasta el PCE. Precisamente fue el diputado comunista andaluz Salvador Fuentes, quien recibió las más graves amenazas de Asensio por cosa de unas licencias de obras pero, cuenta el libro, que fue el propio Fuentes y otros miembros del PCE quienes pusieron en antecedentes al mafioso de que conocían sus planes.
Naturalmente, Joaquín Abad y su periódico fueron los objetivos principales de Juan Asensio y en sus página se exponen intentos de asesinato, bombas, incendios nada fortuitos, actuaciones anómalas de policías, relaciones mafiosos con italianos como D´Amico y casinos rusos, actos de santería en cementerios, bandas de delincuentes europeos, persecuciones, y tiroteos…Finalmente, la muerte se encontró con Asensio en un ascensor rodeado por un mar de plásticos y bajo la luz del sol más limpio de España.
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Más allá del cementerio azul
No más muertes en el Estrecho clamaba el cura Diamantino García en la última semana de mayo de 1992, en la que habían muerto 20 africanos y se contaban ya por centenares los muertos del año. Achacaba la tragedia a la ley socialista de Extranjería, uno de los primeros intentos de ponerle puertas al mar y convertir a España en "portera de Europa". De este trasiego de vidas humanas se nutre el segundo libro sobre la Almería negra, obra del periodista y director de Noticias de Almería, Rafael Martos.
En 1995, pocos años después, comienza la acción de esta crónico-novela con crimen perpetrado bajo la luz lechosa de la luna, en el anonimato de los invernaderos, llenos de rumanos y marroquíes manadas dirigidas por "el catalán". La mujer muerta yace mientras, ante la indiferencia de los braceros y la costumbre de la Guardia Civil. En torno al hecho se va tejiendo una historia sobre la argelina Laila, abierta y destrozada "como una esperanza fulminada a navajazos." Sólo se escuchaba el llanto del hermano menor que la acompañó en la patera.
Su presunto asesino, Mohamed, era marroquí, relacionado con el tráfico de drogas y era algo así como su esclava y objeto de sus palizas. Convivían en una vivienda agrícola. Pero el crimen era oscuro y los periodistas insistentes. Poco a poco el relato se va convirtiendo en una indagación periodística, la mayor parte de las veces descrito desde el punto de vista de Laila, una mujer que viene a España en búsqueda de un destino favorable y huyendo de una dictadura moral insoportable.
La novela cronicada va narrando las sucesivas fases de la estancia de los inmigrantes en este falso paraíso que terminaba siendo España para ellos y aun así, maravilloso por odiosa comparación con el infierno de procedencia. Incluso se detiene a inscribir a la asesinada y personaje de la novela con la historia de Argelia. "Nació Laila unos años después de que aquel primero de julio de 1962 en que las urnas refrendaron la anhelada independencia. Se consideraba un poco hija de todo aquello gracias a las historias que le contaba el abuelo…" que "estuvo con Jaled, nieto del caudillo Abd El Kader, el que cayó derrotado en la primera sublevación contra los franceses un siglo antes"…
Como en el caso de la mayoría de los inmigrantes, tampoco ella contaba la verdad. En realidad, "escapó con su hermano del horror de El Katiba El Khandra (Falange Verde), la facción más despiadada del Grupo Islámico Armado (GIA)." Ella era una enemiga que no vestía a la usanza islámica, trabajaba y era independiente. Por ello, era mejor España.
Lamentablemente, la ilegalidad era un castigo más, como la temperatura de 40 grados de los invernaderos. "Mirad, esto funciona así: Tú no tienes papeles, por lo que el patrón no se va a responsabilizar de ti. Un día te llamará a trabajar y estarás trece horas, y otros no te llamará. Así de simple". Los legales cobraban el mismo salario que los españoles, tenían protección de la Seguridad Social, médico gratis, y después de un mes y pico de trabajo "les pagan sin trabajar el resto del año… no es mucho… pero si trapicheas con algo y no mandas mucho para allá, puedes vivir bien".
En fin, la de Rafael Martos es una novela periodística contada desde un punto de vista, el de la inmigrante argelina que no puede escapar de su propia cultura, incompatible con el ser y la libertad de sus mujeres. Frente a sus legítimas aspiraciones, se alza, no el capitalismo occidental, no el presunto racismo de los españoles, sino la desconsideración de su compañero marroquí que la convertía poco a poco en esclava y en cómplice indirecta de su trayectoria delincuente.
Falta el punto de vista de los ciudadanos de la democracia española, los españoles que tienen una patria con fronteras legales continuamente penetradas por la fuerza o por el delito, los que pagan los impuestos que hacen posible la enseñanza, la sanidad, el respeto, la tolerancia, el sentimiento de acogida, el trabajo…En la novela de Martos hay mafias, redes de tráfico de todo lo que pudiera ser ilegal, torturas, servidumbres…pero no esos otros españoles que desean que sus derechos también sean respetados y conciliados justamente con otros derechos.
Me he acordado leyendo este libro —no tuve más remedio—, del hermoso Íñigo Vallejo García, joven y valeroso, que se subió a un helicóptero a salvar vidas de personas que llegaban como Laila, la protagonista de la novela, pero su pájaro de hierro se equivocó como la paloma y en vez de al cielo fue al mar Mediterráneo y allí se hundió en ese inmenso cementerio azul.
He estado muchas veces en Tarifa, en la otra punta del Sur de la España mediterránea donde llegan y llegan y vuelven a llegar pateras con centenares, con miles de inmigrantes, más que en un Aquarius propagandístico, que en diez, que en cien, a los que Marruecos (o el país del Magreb que sea) utiliza cuando le conviene presionar a España o a la Unión Europea o cuando ya no tienen sitio en los corrales o plazas de toros, como la de Tánger, donde se concentraba a esa humanidad a la que supe se le echaba de comer como a cerdos. Yo estuve allí. Cuando interesa, circulan las pateras y llegan hasta la Guardia Civil, la Cruz Roja y organizaciones humanitarias de verdad que hacen lo que pueden.
La novela de Rafael Martos sigue describiendo el cruel destino de una Laila que pretendió el paraíso y se encontró con el infierno de los otros inmigrantes, como su dueño, Mohamed y cómo no, de algunos policías y agentes corruptos, los muchísimos menos. La vida y asesinato de Laila, que es lo que se trata, persiste en la novela como el resultado de una tela de araña demasiado compleja.
Termina la historia con una de las muchas reflexiones del autor: "Lo complicado es saber quién es la muerta. No su nombre y apellidos, no de dónde venía o a qué Dios rezaba… eso lo dicen los periódicos, el juez y la Policía; no, lo difícil es saber si es la que perseguían en un sitio o la que perseguían en otro, si cuando se cruza de un continente a otro se muda la vida, se renace, o se sigue siendo la misma. Laila es una esperanza abierta en canal."
Tras el final, late la pena sincera de un periodista que quiere ser bueno, buenista si se quiere, y que no logra explicarse ni explicar que el Mediterráneo no es un cementerio azul desde el siglo XXI, ni desde el siglo XX, sino desde siempre, por consistir en un espacio disputado por pueblos, tribus, mafias, organizaciones y Estados que lo necesitaron para sobrevivir. Pero no advierte, creo, algo que sí hace Laila, que la España nuestra de hoy es lo más humano que ha encontrado la muerte en toda la historia de este cementerio azul.
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