Vivimos en el mejor de los tiempos posibles. Vivi-mos en el peor de los tiempos posibles y ambas cosas son ciertas, admirado Leibniz. Lo heterogéneo y lo homogé-neo se dan la mano. Ahora el mundo se ha parado por un simple virus, como nos habían profetizado.
🛒 Consigue aquí tu libro
Los que teóricamente más saben, nos advierten de un nivel máximo de incertidumbre, sin parangón en la his-toria de esta humanidad. No sabemos cómo, ni cuándo, ni quiénes, ni si saldremos de esta. Todo me hace recor-dar un libro fascinante de un suicida, el genial Stefan Zweig, El mundo de ayer.
La oración por un mundo que se desvanecía está de rabiosa actualidad, tiene algo perturbador, como nos recuerda un muy reciente libro de otro escritor centroeu-ropeo Ivan Krastev: “¿Ya es mañana? ¿Cómo la pande-mia cambiará el mundo?”. Sí, hemos levantado una mi-núscula punta de la carta a nosotros mismos y atisbamos algo aterrador.
Como en la canción del vencido de Zweig, nuestra patria estaba destruida para un tiempo que se extendía más allá de nuestras vidas. ¿Solo nos queda dormir para siempre de la mano de nuestra doncella?
Solo soy un periodista muy veterano que aspira a ga-rabatear torpemente una especie de reportaje periodístico sobre el tiempo en suspenso que vivimos, tal vez a apor-tar alguna pista, un evanescente reflejo de algo que toda-vía no tiene nombre, sobre la línea de sombra de Conrad, la que nos separa de la madurez ignota. Tal vez no la atravesemos nunca, como en el libro de polaco que escri-bía en inglés, el barco se ha parado, las velas caen desma-yadas, la calma chicha, como las calles vacías de nuestro mundo. Las distintas civilizaciones del Homo Sapiens no han sabido darse una explicación convincente, como pone de relieve Yuval Noah Harari en Homo Deus.
Todo lo que pongo a continuación lo he tomado de los medios de comunicación o de mis experiencias perso-nales. No busco el sentido, en un mundo inundado por la farragosa desinformación y seducido por las teorías de mil conspiraciones. Nueve segundos, a eso ha quedado reducida nuestra capacidad de atención, según el brillante Bruno Patino en su nuevo ensayo La civilización de la memoria de pez.
Lo que va a continuación no es un sesudo tratado, ni una tesis, ni un diagnóstico, son solo unos brochazos impresionistas del mundo en el que vivimos, más allá de las noticias. Nadie es culpable, todos lo somos. Abró-chense los cinturones.
La utopía libertaria de Internet es ahora una amarga pesadilla.
Que cada cual acuda a las velas o a los remos. El fu-turo empieza ahora.